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Antonio Colinas. Los silencios del fuego[1]

Mariana Bernárdez

Sí, han pasado demasiados meses desde la última carta donde me entrometía en tu vida a raíz de la inevitable lectura de Los silencios del fuego. El sólo título y el saber que pertenecía a una Colección de Textos Sagrados fue horadando mi curiosidad. Recuerdo que no sabía qué escribir; venían los ecos de las lecturas de San Juan, de Lull, de Zambrano y otros tantos. Me sigue asombrando tu decir poético, exacto, equilibrado, con una profunda reflexión de ti en la diversidad de los tiempos. El fuego sería eso, un logos heraclitaneo que entiende la multiplicidad dentro de la unidad, que se transforma en una llama que no consume. Ante mi abismo sólo me restaba ser honesta, al igual que tú cuando decías durante tu estancia en México que este poemario tuyo era donde habías sido más honesto.

La primera parte del libro Homenajes y presencias comienza con el poema “Cartas a Boris Pasternak” donde hablas que no es la caída del muro de Berlín, sino la caída de otros muros los que ha provocado que se hable de este poeta:

Me refiero a esos muros más sutiles

que levantan, a veces, las mentes de los hombres:

el muro de la envidia, el muro que difama,

el muro que silencia y el muro que persigue

y ese alto muro de la incomprensión

que, por norma, levantan en torno a los poetas

No es raro entonces que escribas sobre Antonio Machado y que en dos versos logres una concentración de sentido de la Saeta al cantar: “Probar duro en la espalda ese madero/ de la cruz del sentir y el razonar”, o que más adelante definas las piedras negras y la luz de Toledo. No podías dejar a un lado la nostalgia por el tiempo y por el espacio; nostalgia por el tiempo transcurrido en un lugar atemporal, como si ello evidenciara la incompletitud del ser. ¿Cómo no anhelar ser “tiempo en el cuadro que no muere”? ¿Cómo olvidar la segunda y la tercera parte Entre el bosque y la mar y Tierra adentro de este poemario tuyo?

Regresaría al huerto de la infancia

que perdía, al desnudo de mujer

que es todos los desnudos, a los pinos

de Roma o a esas calles italianas

donde me extravié y fui dichosos.

¡Fundirse en el arte para no morir!

Y ese anhelo se repite en los demás poemas, “Junto al Huecar” llevas al valle tu cabeza sobrecargada de ideas y en su paz sabes: “del silencio de la nada,/ de la sublime purificación del vacío”. O en “El ángel de la música”: “nos soñamos de lejos para amarnos/ y sólo nos amamos al soñarnos./ Alguna noche besaré el misterio.” Como de misterio se trata, y como el misterio es lenguaje que se siente y arrulla, sólo me queda entrar en el silencio que canta. Por eso pasé meses en el constante intento de hacer una reseña de tu libro, luego te inundé de preguntas que a mi sorpresa contestaste; decidí que siguiendo el vaivén de las cartas tan espaciadas daría a conocer mi impertinencia y tu generosidad.

 

MB: ¿Cuál sería para ti la relación de la poesía y lo sagrado?

AC: Creo que lo sagrado es sin más sinónimo de lo Trascendente. En el mundo hay dos realidades: la que los ojos ven y la que no se ve, o no se ve fácilmente.

La Realidad Trascendente, lo sagrado, lo que Einstein reconocía como lo misterioso, “la fuente del arte y de la ciencia verdaderos”, escribió él en su autobiografía.

Junto al laurel enorme,

Excavada en la roca,

hemos hallado la sagrada grieta,

el corazón de agua de la fuente.

Por escala de musgo y de raíces,

mano tierna me lleva a la matriz del monte,

al útero del tiempo,

a lo húmedo oscuro donde anida la luz.

MB: En México repetías que Los silencios del fuego era tu poemario más honesto, ¿cómo saber cuándo una expresión poética es más o menos honesta, si se encuentra sujeta a la visión del poeta?

AC: Creo que es uno de mis libros más honestos porque en él digo simplemente lo que pienso, aunque sean visiones externas, desde los ojos de una diosa, Tánit, a los problemas reales de la Guerra del Golfo de la caída del “muro”. Normalmente, al escribir, el poeta se pone una máscara. En ese libro no las hay.

Van y vienen, sin pausa, los políticos,

dan vueltas y más vueltas al planeta,

mas ellos aún no creen

que los coeficientes planetarios

de podredumbre

sean los suficientemente preocupantes.

MB: Se podría hablar de un instante poético, sería ejemplo el poema “En Bonn, aquel anochecer”. ¿El poeta parte de un instante poético —metáfora del corazón— para reconstruir una totalidad?

AC: En efecto este poema nace de una anécdota. Es más, se trata de un poema que simplemente copia la realidad. Además es un poema “fotográfico” en la medida en que las cosas ocurrieron tal como las cuento en el poema.

Me puse a buscar por los pasillos

aquella melodía, a preguntarme

de dónde iba brotando su fluido misterio:

¿acaso de una radio, de un disco o de qué

ocultos altavoces?

Cruzaba los pasillos sin mirar

los árboles, los cuadros, el fulgor

congelado de las cristalerías, todo aquel

arte muerto, como de cementerio.

Con avidez buscaba el origen,

el manantial seguro

de aquella melodía tan perfecta.

MB: La primera parte del libro Homenajes y presencias posee un tono de denuncia, por ejemplo: “Carta a Boris Pasternak”, “La noticia”. A la vez, la denuncia, como hecho del que se toma conciencia y del que se escribe, señala las heridas por las que se desangra la humanidad como algo irremediable, como la muchacha del poema “Medianoche en el Harz”, es irremediable su imagen como lo es el no tenerla. ¿Ante lo irremediable, la única salida es internarnos en el bosque —ínfero del alma—? ¿De aquí la segunda parte del libro Entre el bosque y la mar?

Mira, te espera el bosque impenetrable.

recuerda que la senda que lo cruza

—la senda como río que te lleva—

debe ser dulce cauce y no boa untuosa

que repta y extravía en la maraña.

Que te guíe la música que dejas

—la música que es número y medid—

y que más alta música te saque

al fin, tras dura prueba, a mar de luz.

AC: El bosque es el espacio objetivo por excelencia, sin fechas, sin nombres, sin datos, donde el ser humano puede reflexionar en paz y sin condicionamientos. Hay otros ámbitos que pueden cumplir con la función del bosque: las ruinas, el mar, el desierto... Relee, en ese sentido el Canto xxxv de mi libro Noche más allá de la noche, uno de mis poemas más queridos.

MB: No sé si conoces la novela de Angelina Muñiz Tierra Adentro, existen paralelismos con el apartado en Los silencios del fuego que también denominas “Tierra Adentro”, el último verso hace referencia al fuego, por lo que supongo el nombre general del poemario. Esta mezcla de elementos apuntan a la tierra como origen y el fuego como logos de Heráclito, ¿se propone una vía ascendente o descendente? ¿Puro silencio que quema para purificar y renacer, y después la palabra?

AC: No conocía la novela de Angelina Muñiz, ni su título. Creo que estamos ante lo que José Mieno llamó sintonías inconscientes. En La estación total de Juan Ramón Jiménez, que acaba de publicar Tusquets, encuentro una alusión a los cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego que yo recogía en Jardín de Orfeo. La clave de Los silencios está sin embargo, en el poemita final, el titulado “La hora interior”:

Cuando Todo es Uno

cuando Uno es Todo,

cuando llega la hora interior,

se inspira la luz

y se espira una lumbre gozosa.

 

Entonces, amor se inflama

y oímos los silencios del fuego.

 

Han pasado aún más días de los que creímos posibles, pero la fidelidad a la poesía irrumpe a través de la multiplicidad de sus tiempos, como diría Zambrano, para que las promesas se cumplan, porque lo único que permanece en el hombre es la palabra.

[1]Periódico de Poesía, otoño 1995
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