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Dolores Castro o la fidelidad de la palabra[1]

Mariana Bernárdez

El día era gris y el viento calaba. La casa se encontraba en un recoveco de la ciudad solapada entre las calles. A la puerta, una higuera con el tronco retorcido, algunas flores desparramadas por el piso. Recordé el primer encuentro en una oficina de gobierno con el ruido de las máquinas de escribir y el barullo de voces; la voz dulce, las manos nudosas, el cabello cano y los ojos, pozos llenos de estrellas; ¿usted es la maestra Dolores Castro?

Ya en su casa pasamos a su biblioteca y tomamos café, hablamos sobre la poesía. Le acababa de editar el gobierno del Estado de Aguascalientes sus Obras Completas. Sus palabras me embriagaron de pura luz y salí con el alma quemada por esa música que a ella le nació desde chica. La entrevista que se da a conocer sigue un ritmo propio de quien ofrenda cómo discurre su pensamiento, quizá por eso mi silencio, mi falta de preguntas:

Esa música por dentro me empieza, quizá porque era una niña muy quieta y enfermiza. Cuando llegaba una visita me daban una silla bajita y me ponía a ver por la ventana. Primero contemplé sin una conciencia de querer escribir y la emoción me fue llenando. Como a los siete años tenía una gran necesidad de expresarme. Me puse a dibujar y vi que para eso no servía, hasta que un día descubrí la escritura.

Recuerdo que estaba en segundo año de primaria y me pidieron una composición sobre la primavera. La escribí por esa necesidad y me saqué el primer lugar, pero no por eso pensé que pudiera hacerlo. Otra cosa que influyó en mí fue el hecho de que mi padre era un hombre muy crítico y sarcástico, lo que derivó en que mis poemas fueran irónicos, primero por temor y luego por miedo al ridículo.

Escribir es un testimonio, tenía miedo de dar ese testimonio de mí porque la palabra compromete. Todavía entre los campesinos mexicanos encontré uno que decía: "Yo soy feo como la noche, pero a mí, mi padre me enseñó a tener palabra. Cuando hago un trato empeño mi palabra y mi palabra es ley." Si uno no tiene palabra no es. No se puede decir que uno es escritor y que sólo se compromete a la hora de escribir, es necesario ser un hombre de palabra al escribir y al ser. El escritor no sólo tiene que inventar, crear o recrear sino comprometerse con la vida en general. Reconocer un valor es comprometerse y comprometerse no es algo que se parezca a un discurso político.

El poeta es un cobijo de palabras y sus palabras, su desnudez. La poesía da conocimiento porque se introduce en el instante de contemplación, se mira con una mirada amorosa, con una mirada que comunica a una persona con un objeto o con otra persona desde lo más íntimo y ver desde lo más íntimo es conocer.

La poesía como dice Heidegger: "es una forma de adquirir conciencia", es una forma de ir desde afuera hacia adentro. De ninguna manera sirve como evasión sino como concentración y eso es también una forma de conocimiento de uno mismo, de otro y de las muchas formas de ver la vida.

El hecho de advertir lo que ocurre dentro y fuera de uno y apropiárselo desde: "el óleo sacramental de nuestros huesos", como dice Ramón López Velarde, es incorporarlo a la experiencia y a los actos futuros.

Yo concibo la Poesía como una forma de vibrar al mismo tiempo que el lenguaje y de lo que existe, y poder expresarlo. En esta forma de vibrar se presenta la vivencia poética y la expresión poética. La expresión debe ser lo más fiel a la vivencia para dar un mensaje propio.

La vivencia poética se da en los momentos de lucidez donde uno contempla o ve desapasionadamente en el sentido utilitario y ve apasionadamente en el sentido emotivo: algo. Desde la pasión misma se llega a vibrar con lo esencial de ese momento.

La expresión poética no es lo mismo que manejar el lenguaje sino expresarse. Recuerdo a Efrén Hernández que decía: "Hay momentos en que dan ganas de mandar al diablo todo, a la tostada todo o expresarlo". La expresión es un derramamiento de algo que colma de emoción, por eso debe ser fiel. En cuanto se convierte en algo que sólo tiene que ver exclusivamente con la retórica entonces es como un café frío. Después hay un momento crítico, donde hay que quitar lo que se llama excipiente en medicina, es decir, todo lo que le sobra.

En todo escribir, el lenguaje como herencia. Mi lenguaje es el lenguaje de mi madre y muchas veces hasta me sorprendo usando algún arcaísmo propio de la gente de Zacatecas. Para mi expresión, elijo las palabras de acuerdo a mis emociones más profundas, las palabras únicas y necesarias para hacer un poema. El lenguaje se apropia del poeta en la vivencia poética y el poeta se apropia del lenguaje en el momento de la expresión poética. El poema es un producto de la fidelidad a esa vivencia y vuelve a decir lo que soñamos o vivimos o pudimos entrever y que queda ahí como un testimonio. El poema al encarnar el instante lo hace perdurable y a la vez crea la conciencia de la temporalidad. Quien recrea el instante da cabida al tiempo.

Los poetas no son una raza en extinción. El hombre canta porque le es absolutamente imprescindible. La Poesía no puede desaparecer porque si el lenguaje es lo más humano, la poesía es lo más alto del hombre ya que toma a la palabra en toda su dimensión estética y de imagen, en la precisión necesaria como para que no se pueda decir de otra manera. Como canto y configuración más alta que permite entender con emoción el mundo sin dar cabida al olvido.

Esa visión, que no siempre dura, es la visión poética del instante. Eso no puede desaparecer en un mundo tan caótico y dividido en partículas que pierden significación. Una persona que de pronto puede unir, unirse y ser capaz de comprender el mundo desde la partícula más pequeña, pero la más arraigada a lo espiritual, desde la concepción de que uno es divino y humano, salva lo humano del hombre, quizá por eso el poeta es un viento.



[1] La presente entrevista no se dio a conocer debidamente y fue realizada en diciembre de 1992.

correo electrónico: mail@marianabernardez.com
Última actualización: el martes, 5 de noviembre de 2024
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