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—Mariana Bernárdez
—Laura tiene presente el día que nos conocimos, pero a mí se me escapó de forma imperdonable. Lamento el tiempo ido por las conversaciones no sostenidas, por lo no compartido, lo no vivido. Nos reencontramos un jueves por la noche en El Péndulo donde imparte un taller de novela histórica, me sorprendió la forma como sus ojos me miraron, me sentí atravesada por la luz, no cualquier cosa, luego comprendí que esa forma de mirar era reflejo de su escritura. Su novela Giordano Bruno: forastero en el universo, se mantiene en el segundo lugar de ventas en América Latina y se encuentra en proceso de traducción al portugués, sin duda ganará la batalla a otros idiomas. Aunque la excusa fue la novela y dos frases que me rondaban de forma constante: "Había adquirido una nueva hermosura, como de alucinada." y "Lo que la lejanía desdibujaba, la memoria lo recuperaría."[2], quería saber de ella. Así, una tarde lluviosa, me dirigí a su casa enmarcada por árboles y plantas, recuerdo que comenzamos a hablar tratando de borrar el trazo de la lluvia en el domo, esa lluvia que siempre acompaña a los escritores.
—Mariana Bernárdez (MB): ¿Por qué Giordano Bruno?
—Laura Vit (LV): El motivo de una novela es difícil de determinar, como dicen muchos escritores: el tema te elige a ti. En mi historia personal hubo una serie de carencias educativas que suplí con experiencias y aprendizaje propios, lo cual me llevó al punto donde, tarde o temprano, Giordano y yo nos encontraríamos. Al leer su filosofía me sorprendió hallar respuesta a cuestiones que me habían inquietado a lo largo de la vida.
— MB: ¿Cómo llegaste a la obra, encontraste algún libro?
—Mi interés por la ciencia y el momento en que la magia se convierte en dogma, fueron detonantes para entender cómo se había llegado a la "edad de la razón". Durante la época de Giordano surgen grandes descubrimientos que dibujarán el perfil del tiempo venidero, como fueron los instrumentos ópticos o las leyes que se generaron a partir de éstos y que él no llegó a conocer. No obstante, elaboró teorías de avanzada como los conceptos de un Universo acéntrico e isotrópico en constante movimiento, con mundos innumerables y donde el sol es una estrella. Pero Bruno no fue científico y el giro que se dio en el conocimiento hizo que como filósofo se pronunciara contra su deshumanización. Solía repetir: "La nueva ciencia necesita de un alma." Como me atraía ese momento histórico, leer a Frances Yates, fue obligado. En sus textos sobresalían nombres como Ficcino, Campanela, pero la resonancia de Giordano Bruno fue mayor. Este hecho coincidió con mi asistencia a un curso intitulado: "El oro que seduce a los santos", y aunque no satisfizo mis expectativas, lo que sí puedo decir es que el maestro pronunciaba con frecuencia su nombre.
—Tiempo después me inscribí a otro curso en la Universidad Iberoamericana. El maestro, Mauricio Molina, en la primera clase preguntó sobre qué íbamos a escribir. Había pensado en una zaga familiar, como etapa germinal de mi actual novela sobre la monstruosidad, pero cuando tocó mi turno dije, "Sobre Giordano Bruno". Mauricio, que era muy jovencito, se sorprendió, "¿Y conoces mucho sobre Giordano Bruno?" Sabía a lo que me enfrentaba, pero no había imaginado su magnitud.
—MB: Sé que tardaste alrededor de diez años en escribir esta novela, ¿qué pasó?
—LV: Fue todo un viaje, había temas en los que me distraía porque los desconocía; a veces para escribir unas líneas, media cuartilla tal vez, tenía que saber a profundidad un detalle de la historia de Francia, hasta una generación o dos arriba para entender lo que estaba sucediendo y porqué. En ocasiones, la información puede ser de uso general, pero otras lleva a escribir esa frase imprescindible; uno de mis amigos más queridos, que vivió en París, me ha dicho que una de ellas es: "A la Universidad de París y al College de France los separaba, además de la Rue Saint Jacques, la libertad." Esa frase implicó horas de lectura.
—MB: Hay una reflexión intensa en torno al lenguaje, me atrevo a decir que abordas al personaje "Giordano Bruno" a través de este eje: "Debía crear un lenguaje de signos que dijera sin decir, que evocara sin significar, que revelara al ocultar." ¿Por qué?
—LV: No lo había visto así, pero Bruno tiene conciencia de la necesidad de un nuevo lenguaje, no sólo para esquivar la persecución de la Inquisición, sino porque no le alcanzan los idiomas que conoce para decir lo indecible; además de que es un tema que se discute en la época: De interés el caso de John Dee, el mago isabelino y astrólogo de la reina, que destaca entre otras cosas por poseer la biblioteca de mayor relevancia en Europa. Se decía que si se hubiera juntado el acervo bibliográfico de todas las universidades no habría igualado el suyo. Se le mal juzga y no pasa a la historia como el hombre de conocimiento que fue sino como un extraño mago medieval de poca valía, y ello ocurre porque poseía conocimientos, posteriormente considerados como "intereses equivocados". Dee entraba en trance hipnótico, extático quizá, para hablar con los ángeles quienes le enseñaron el lenguaje primordial a través del cual se habla con Dios, incluso escribió un diccionario de términos revelados.
—Cuando Bruno llega a Inglaterra, Dee se hallaba en el Continente, pero para los fines de la novela era ideal juntarlos. Desde sus años en el convento de la Orden de los Predicadores, en Nápoles, hallar un lenguaje que dijese sin revelar y que iluminara desde la oscuridad es una preocupación manifiesta, por lo cual, según los especialistas, es común el uso del hipérbaton en sus textos. La primera parte de su obra está escrita en el italiano barroco del siglo XVI, la segunda en un latín conventual como lo definen sus detractores. Quizá lo que mencionas sobre la reflexión alrededor del lenguaje es más una obsesión mía que de Giordano.
—MB: ¿Podrías ahondar en el punto del ejercicio de la memoria como guía hacia la visión?, ¿los palacios de la memoria?
—LV: En varios de sus escritos la memoria es el vehículo para llevar a cabo la reforma religiosa que pretende instaurar a lo ancho y largo de Europa. Bruno conoce a profundidad los métodos mnemotécnicos de la Real Orden de los Predicadores que se relacionaban, supongo, con el Arte de la Memoria de los autores clásicos y que eran empleados para memorizar discursos; su aportación es darle a este arte una nueva vitalidad a través del uso de la imagen en movimiento como instrumento de recordación.
—La creencia en la posibilidad de esta reforma lo motivó a acercarse a los reyes, quienes tendrían que implantarla creándose un movimiento que iría de la filosofía a la religión y viceversa, vaivén que al hombre del siglo XXI le es difícil entender, pero que resultaba natural para una persona educada del siglo XVI. Por ejemplo, Enrique III, el rey francés, comprende la propuesta porque pertenece a una tradición de conocimiento que le viene por línea directa materna. La reina Catalina de Médicis basaba su vida en la magia, a pesar de provenir de una familia relacionada con el Papa.
—MB: Quiero detenerme en la relación entre el arte de la memoria y el aprendizaje requerido para ejercitarla que conducirá a tener un dominio sobre la mente para llegar a las instancias superiores, ¿es para tener una visión?, ¿para saltar del tiempo lineal a otra temporalidad?
—LV: Para recuperar la relación primigenia entre el hombre y la Unidad.
—MB: Me recuerda la propuesta de San Agustín "el pasado no es, el futuro no es y el tiempo presente es un tiempo entre dos tiempos que no existen, por lo tanto no es", lo único que existe es el tiempo como presencia interior, donde se encuentra Dios…[3]
—LV: Uno de los puntos recurrentes en la filosofía de Bruno es el tiempo como unidad, él habla de un solo tiempo. Supongo que tendrá relación con ese sentido de presente memorioso que refiere San Agustín. No hay que perder de vista que la suya no es una filosofía con tintes de misticismo, una y otra vez repite que es en la mente donde tendrá lugar la reforma que propone. La memoria, en su caso, es un vehículo, su desarrollo se enfoca a dominar la mente en toda su amplitud; es un camino forzoso para alcanzar el Uno.
— MB: Hay varios momentos de tensión a lo largo de la novela, uno ya mencionado es el encuentro ficticio entre Bruno y Dee quien le enseña a mirar en el agua para conocer el lenguaje de los ángeles; dentro de las tradiciones mágicas, ¿se trataría de una práctica adivinatoria?
— LV: Sí, era una manera de tratar de averiguar lo que deparaba el futuro, pero no era esa la magia que interesaba a Bruno. De hecho, en De magia, una de sus pocas obras mágicas que ha sido traducida tanto al español, por Gómez de Liaño, como al inglés, repudia ciertas prácticas por ser charlatanerías. Es un texto ambiguo, hasta confuso, primero por el tema y luego por el lenguaje empleado. Para algunos estudiosos no es clara la razón por la que después de haber escrito su teoría cosmológica escribe sobre este tema.
—Según Ramón G. Mendoza, en su libro The acentric labyrinth, Bruno pretendía mostrar que conocía bien el ámbito en el que se realizaban los milagros para que en su filosofía existiera un parangón con los misterios de la religión católica. Me parece que al ser apresado por la Inquisición, no tuvo tiempo para profundizar en esta parte de su filosofía que, me atrevo a interpretar, era un paso para alcanzar un siguiente estadio.
—No quisiera dejar de mencionar a Ioan Culianu,[4] alumno y coetáneo de Mircea Eliade, quien en pleno siglo XX ahondó en ella y la practicó. Su esplendido estudio Eros y magia en el Renacimiento es prueba fehaciente de su cabal entendimiento en la materia. Hay otra historia muy triste, tan triste como es la pérdida de un trabajo invaluable, la editorial francesa Les belles lettres dedicada a la recuperación de la obra de los clásicos del pensamiento y la literatura, se enfrascó en la tarea de realizar una edición bilingüe italiano-francés de la obra completa de Bruno. Hace unos cuantos años sus bodegas se incendiaron y el acervo completo se perdió, por lo que la traducción de la obra de Bruno permanece en lista de espera. La editorial recolecta dinero para continuar con sus proyectos.[5]
—MB: Giordano no es sólo perseguido en vida sino en muerte… ¿el hermetismo del lenguaje empleado dificulta su divulgación?
—LV: Creo que Giordano Bruno es más complejo que otros filósofos renacentistas. Quizá es su manera de enfrentar la persecución encolerizada por parte de la Inquisición, iniciada al huir del convento de Nápoles con dos causas procesales. De hecho cada paso que dio a lo largo de su vida fue para alejarse de ella. ¿Por qué regresa a Italia?, es un misterio. Para descifrarlo habría que ponerse en sus zapatos y asumir aquella terquedad que le brindó la seguridad de que sería capaz de convencer al Papa sobre las bondades de una religión unificadora derivada de la católica. Bruno incluso aseguró a los inquisidores, que a pesar de haberse convertido al calvinismo o de los vaivenes y coqueteos con otros cultos, nunca se alejó de su religión.
—El hermetismo que se le adjudica obedece, en específico, a la interpretación elaborada por Yates, quien lo consideró y encasilló en la figura del mago hermético. En el año 2000, cuatrocientos años después de haber sido quemado en el Campo dei Fiori, estudiosos de diversas disciplinas, revaloraron su obra situándolo entre los filósofos renacentistas más influyentes.
—MB: El tema del cambio de año en el calendario por una decisión papal delata un cierto enojo de tu parte, pero qué molestó a Bruno ¿la imposición o que la ciencia de la memoria se vería alterada?
—LV: A él le molestó la modificación del calendario y nunca la aceptó, hay registros en su obra de ello. En la novela interpreto esta situación bajo la comprensión de que es imposible dominar el tiempo, es una dimensión independiente cuyo cauce no debe ser alterado como si fuera un río porque se volverá en contra de quien pretenda sojuzgarlo.
—MB: Hay un sentido de sacralidad en la temporalidad, y a pesar de que Bruno la respeta, la ira de los dioses lo persigue.
—LV: Diría la ira de los hombres, la de la Inquisición, la ira que despierta alguien diferente que no se dejó dominar. A diferencia de Galileo, jamás se arrepintió de sus escritos. Murió en la hoguera defendiéndose y vociferando.
— MB: Bruno es un hombre que se dedicó a mostrar los misterios y los misterios finalmente son misterios.
—LV: Bruno los reinterpreta para darlos a conocer a través de un lenguaje para iniciados. No los hace más comprensibles, al contrario, los cifra más. De ahí que Frances Yates, percibiera lo indescifrable de varios aspectos y clasificara erróneamente su filosofía.
—MB: No hay una clave de lectura que dé una claridad sobre su obra, ¿o se ha tenido un sesgo en la traducción del latín por no haberse profundizado en la última parte?
—LV: Mi campo no es la filosofía. Para entenderlo, conocerlo y escribir sobre él, leí la cuarta parte de su obra en cuatro idiomas diferentes y, aún así, dudo que haya una clave para comprenderlo. Sin embargo, hay una cierta constante a lo largo de su obra: la de devolver y revelar conocimientos que alcanzó y que, como dije anteriormente, son pocos quienes han logrado descifrarlos.
—MB: Bruno es un hombre de su época y responde a ella, ¿qué tiene que ver con la nuestra?
—LV: Buena parte de la filosofía de Bruno obedece a sus circunstancias. El Renacimiento trató de devolverle al hombre la dignidad incautada por la Iglesia a través de los siglos. En la actualidad el creer en figuras heroicas, en el sentido clásico, responde a la carencia evidente de una esperanza que asegure la viabilidad de que las cosas aún pueden ser favorables para el hombre. Giordano representa, hoy día, la esperanza, no como un concepto apocalíptico o redentor, sino como la posibilidad de alcanzar un mayor conocimiento de la mente que permita emplearla de maneras que olvidamos en el camino.
—MB: ¿Para qué leer una novela de alguien que en su época fue condenado y que su obra logró permearse a través de los siglos de forma poco clara?
—LV: Creo que el éxito de la novela radica en ir tras algo dado por perdido. Quizá ni yo escritora de Giordano Bruno ni mis lectores podemos definir puntualmente en qué consiste esa carencia. En parte es la dignidad de la que también hablan Ficcino y Pico de la Mirandola entre otros, y que desde hace cinco siglos, hemos reclamado como algo primordial para continuar el quehacer histórico. Hay que enfatizar el hecho de que es incomprensible cómo su obra logra permear los siglos cuando la Inquisición se encargó de borrar su rastro.
— MB: Giordano al caminar hacia París es invadido por el olor dulzón del aire, delator de la descomposición de cientos de cuerpos. Se trata de la matanza de los hugonotes, guerra y destrucción, ¿hay diferencia con lo que ocurre hoy día?
—LV: Las guerras actuales nos son cercanas por los medios de comunicación, pero no olemos ni tocamos la podredumbre de un cadáver. Día tras día, la matanza se filtra a través de imágenes que nos han llevado a perder el respeto por la vida. En aquél entonces las guerras eran, por decirlo de algún modo, más humanas. No sé si Giordano tuvo contacto con los cuerpos en descomposición como lo relato, pero requería tal recreación ficticia para cumplir con el ritmo narrativo y para explicar la preocupación que subyace en su filosofía: la unificación religiosa en Europa. Sé que caminó de Tolousse a París, así que tuvo que atravesar los campos donde luchaban católicos contra hugonotes.
—MB: Alguna vez me comentaste que sentiste que él te dio permiso para escribir sobre él…
—LV: A lo largo de diez años hubo momentos en que me enfermé muchísimo, había una resistencia, a veces era una lucha a brazo partido y otras, cuerpo a cuerpo; hubo pasajes que escribía durante la tarde y en la noche, durante el sueño, sabía que estaban mal. Mi inconsciente, al que prefiero llamar Giordano, me guió constantemente en el proceso de escritura.
—MB: ¿Alguna vez el texto llegó a un punto donde te soltó?
—LV: Siguiendo una recomendación de Marguerite Yourcenar, una de mis autoras guías en la literatura, hice un ritual romano del que habló en alguna entrevista: a la orilla del mar repites doscientas veces el nombre del personaje elegido, al finalizar sabrás si te dio su venia o no para escribir sobre él. Para iniciar mi relación con Giordano, lo hice en el jardín de la casa de Yourcenar, Petit Pleasance, situada en los confines de la América del Norte. Años después, en un viaje por la costa este de Estados Unidos, supe que tenía que soltarlo para que él iniciara otro viaje. Fue una mañana lluviosa, frente a unas olas inmensas, que al salpicarme hacían que castañearan mis dientes, al repetir doscientas veces su nombre.
— MB: ¿Qué sentiste?
—LV: Me acometió esa soledad que arrastra uno por la vida estés en la situación familiar y amorosa que sea. Durante diez años Giordano Bruno me acompañó y me enseñó a escribir, pero tenía que soltarlo para seguir escribiendo sobre él, encarnado en otro o en muchos otros personajes.
—MB: Empezaste escribiendo cuentos, me da la impresión de que no eran de carácter histórico y de repente tienes una novela histórica, ¿estás a gusto con esto?
—LV: Parece una evolución lógica esto de escribir de a poquito para luego alcanzar el largo aliento para arremeter con una novela. En realidad, no pretendía escribir una novela amplia ni histórica. Con mi ingenuidad inicial no me percaté de que eso era lo que estaba a punto de iniciar.
—MB: Quizá habría debido comenzar con esta pregunta, ¿cómo brincas de la ciencia a la escritura?
—LV: Al irme internando en el conocimiento me sorprendió que no hubiera respuestas lógicas. Lo que buscaba a los veinte años no estaba en una facultad de ciencias, pero no sabía donde buscarlo. Tal vez desde niña intuía que había algo esperándome; era como tener una palabra detenida en la punta de la lengua. Pasó el tiempo, me alejé de México, y empecé mi relación con la literatura. Ahora ya me atrevo a poner "escritora" en el renglón de ocupación de mi pasaporte. Mirando hacia atrás, sé que fue un fin de semana, cerca de Bath, en Inglaterra, cuando cambié la ciencia por la escritura. Un grupo de amigos fuimos a pasar unos días a una casa prestada, nada funcionaba apropiadamente, pero guardaba la biblioteca más completa sobre Octavio Paz. No recuerdo los volúmenes, sólo la idea de que estaban todos sus libros escritos hasta entonces. Algo se acomodó en mí y yo me dediqué, además de a leer, a escribir.
—MB: ¿Siempre pudiste contar historias?
—LV: Siempre, desde niña me gustaba contar cuentos "de espantos" como solíamos llamarlos. Reunía a los niños de la colonia, los sentaba y les narraba lo más horripilante que se me ocurría; ello se alimentaba de la lectura de "Los misterios del gato negro", una publicación con los dibujos más aterradores que pudieras imaginar. Bajo ese contexto parecería que no me habría sido difícil contar los últimos ocho años de vida de Bruno en la cárcel de la Inquisición, pero confieso que no me atreví a hacerlo pasar de nuevo por aquellos meses en que lo torturaron para que se retractara, ni por los siete años en que estuvo olvidado en la cárcel y, finalmente, por la hoguera. Me escudé en el pretexto de que era la parte más conocida, incluso hay una película, y tres ó cuatro obras de ficción.
—MB: Hay un personaje que cumple con el oficio de jardinería en Venecia, a través de sus canciones le entrega mensajes a Bruno en la cárcel, ¿cómo aparece?
—LV: Ese personaje surgió en uno de mis sueños. Casi para despertar oí claramente que me decía: "No se te olvide, me llamo Camila". Este personaje mujer-hombre vive disfrazado para poder trabajar y aparece al principio y al final de la novela, es la única relación con el exterior que tiene Bruno al estar preso en Venecia.
—MB: ¿Cuándo vienen a ti estos sueños tienes la sensación de la duermevela propia de la escritura? ¿Cuándo escribes no estás en una profundidad extraña?
—LV: Cuando escribo sí estoy en una profundidad, pero no es el subsuelo pantanoso, fangoso, de la duermevela. Cuando escribo necesito una claridad aguda y una conciencia absoluta de lo que estoy haciendo. Quizá sí es un estado de conciencia alterada.
—MB: ¿El hecho de no haber escrito sobre los últimos ocho años de vida de Bruno te permitió seguir con él?
—LV: Creo que de cualquier manera habría seguido unida a él. Si me detengo en tu pregunta, diría que sí, que me hice trampa, para mantenerlo vivo. Intenté escribir el final a través de una carta de Ventura, que después de Bruno, es el personaje del cual más me enamoré. En esa carta Ventura le cuenta a Giordano cómo había imaginado su muerte, pero me pareció forzada la idea, empezaba diciendo: "En noches como ésta me duele más tu muerte."
— MB: Alguna vez comentaste que la novela era más larga, ¿cómo fue el proceso de publicación, esa aventura inherente a los libros una vez escritos?
—LV: La aventura de escribir se prolonga en la publicación. Al terminarla, me enfrenté al "literalicidio", por cuestiones editoriales, y hube de quitarle cien cuartillas. Mi primera reacción fue negarme, pero una vez hecho, aprendí los beneficios que conlleva el atreverse. Uno se enamora de frases, de pasajes, de personajes, pero se debe tener la valentía de sacrificarlos una vez identificados como prescindibles.
—MB: ¿Cómo incorporas en una novela histórica la ficción?
—LV: La historia de Bruno responde al hecho de no haber encontrado en librerías ni bibliotecas una versión completa sobre su vida. Quería saber cómo era el hombre, qué le gustaba, quiénes habían sido sus amigos… En el proceso se combinaron el rigor exigido de una investigación histórica, pues no hay una fecha o un giro que no esté documentado y, la creación literaria. Cuando empecé había poca información, salvo los documentos de la Inquisición, que recopilan los hechos de forma directa y en los que el propio Bruno mintió o dijo una verdad a medias. El primer libro que leí era complejo y escrito en un italiano difícil de entender. Giordano en un interrogatorio sobre su primera estancia en Venecia, dice: "Estuve en Venecia en un cuarto de alquiler de uno del Arsenal." A partir de esa frase elaboré la narración de unas 30 cuartillas. El trabajo implicado es superior a lo que se aprecia a simple vista; gran parte de esos diez años leí sobre Venecia para desarrollar la ambientación adecuada, incluso realicé casi todos los viajes de Bruno para recopilar datos que creí invaluables, para al final darme cuenta que ello no iba a contribuir a la estructura de la novela, pero que era la manera de provocar mi imaginación. Debo decir, que seguir sus pasos por Europa me dio la esperanza de que lo vería cruzar algún puente, pero 400 años de distancia no me lo permitieron.
—MB: ¿La pregunta que te gustaría que te hicieran?
—LV: La hiciste ¿por qué Giordano? A lo largo de los años me la he hecho constantemente, cada vez contesto algo nuevo. Lo cierto es que Giordano posee una desmesura amorosa por todo ser vivo y sorprende encontrar tal sensibilidad en alguien tan decisivo para el pensamiento; siguiendo a Flaubert cuando se le pregunta ¿por qué Madame Bovary?, y que responde "Madame Bovary soy yo", diría que "Bruno soy yo", era la única forma de saber qué sentía él al caminar.
—Silencio. Nos miramos, vemos hacia el jardín invadido por la noche, la humedad gotea por sus hojas, una palabra, un movimiento, romperán el instante, lo sabemos. "Cuerda de trapisondista", ella me dirá más tarde, y pienso en la hermosura de la quietud, en la complicidad inevitable que sobreviene ante la fisura breve del fluir temporal, pasión por la palabra y llueve… Sonreímos. Días después el nombre de Bruno me atraviesa, me detengo sorprendida y leo en Laura esa luz que de tan luz permanece más allá de la escritura: "Giordano sintió que aquélla era una de esas mañanas en las que el júbilo de existir era casi insoportable." Y más adelante: "Y escribir, escribir, escribir hasta dejar todo dicho, aunque empiezo a sospechar que esto no tiene fin. El término de mi obra no llegará con mi muerte. Seguirá escribiéndose a través de otras plumas llevadas por nuevas manos."[6] Ahora, estoy cierta de que Laura al cruzar un puente habló con Giordano, ese es el secreto que guardan sus ojos.
[1] El presente texto fue publicado en La Colmena. Revistad de la Universidad Autónoma del Estado de México. No. 55, http://www.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena%2055/Sumario55.html
[2] Laura Vit. Giordano Bruno: forastero en el universo. México: Grijalbo (2004). pp. 206 y 232.
[3] Ramón Xirau. El tiempo vivido. Acerca del "estar". México: sxxi Editores, 1993. p. 12. "En efecto, ya lo veía San Agustín en el libro XI de las Confesiones: el pasado, el futuro, el presente, no existen y si vemos que somos tiempo y el tiempo no existe, tampoco nosotros existimos. Pero nuestro tiempo, el de la vida verdadera es el de la presencia."
[4] Se exilió de Rumania, llegó a Francia donde estuvo en un campo de concentración, trató de suicidarse, pero con el frío las venas se le congelaron y no lo logró. Posteriormente cursó un doctorado en la Sorbona en religiones comparadas y después de muchos años llegó a la Universidad de Chicago y murió asesinado en los baños.
[5]http://www.lesbelleslettres.com
[6] Laura Vit. Op.Cit. pp. 116 y 261.
correo electrónico: mail@marianabernardez.com